Por Meriem Choukroun.
Justo cuando se debate en torno al papel y significación de los medios
alternativos y comunitarios en el continente, y en Venezuela,
compartimos la entrevista efectuada al psicólogo y comunicador argentino
Marcelo Colussi, colaborador permanente de Aporrea.org, en torno a este
tema.
Una temática tan difícil como la lucha de clases,
porque de eso se trata, con especificidades y necesidades que
posibiliten aminorar el poder monopólico más un crecimiento en
democracia real. Un proyecto contra-hegemónico,
o sencillamente un espacio nuevo en la comunicación social. Medios
alternativos como servicio público que encuentran su poder en el hecho
de que la verdad repetida mil veces termina siendo una verdad,
parafraseando al revés una consigna abominable que aún rige en el mundo.
Una
extensa charla con el compañero Marcelo Colussi, psicólogo y filósofo
argentino radicado hace varios años en Guatemala, que escribe
regularmente en varios medios electrónicos,
nos permitió un abordaje esencial como para saber, por ejemplo, que en
la lógica de la guerra “cobran cada vez más protagonismo las modernas
tecnologías de la información y la comunicación como expresión de un
mundo digital que abren las tecnologías de punta a nivel global. Son
entonces
guerras, fundamentalmente mediático-psicológicas. Y el objetivo bélico
es la población en su conjunto, que recibe mensajes sin saber que está
siendo sometida a una campaña perpetua de “bombardeo”.
__________
Pregunta:
Se sabe que la lógica de los medios obedece a la lógica de la guerra.
Hoy día parece que la principal guerra es la mediática.
Marcelo Colussi: Cuando
cayeron el Muro de Berlín y el bloque soviético, ampulosamente se dijo
que la historia había terminado y que entrábamos a un período de paz y
prosperidad. Parece que ninguna de las dos cosas se alcanzó. La guerra,
más que desaparecer, es un elemento importantísimo en la dinámica
económica del mundo actual; la guerra está por doquier: en los campos de
batalla –que hoy día ya no son sólo las trincheras donde se enfrentan
soldados versus soldados–, está en la cotidianeidad de la vida, en la
cultura dominante, que va haciendo de la cultura de la violencia y de la
muerte algo cada vez más cotidiano, menos espantoso, algo común,
naturalizado. La guerra está omnipresente en los medios masivos de
comunicación. El paraíso del que alguna vez se nos habló, y que el fin
de la Guerra Fría pudo hacer pensar que estaba cercano, no parece muy a
la mano precisamente. En realidad, el único paraíso es el perdido. La
guerra es una constante en el mundo globalizado contemporáneo. En un
país como Estados Unidos, que sigue siendo la potencia que todavía marca
el rumbo, la industria bélica y todo lo que tenga que ver con el campo
de la guerra, ocupa alrededor de una cuarta parte de las iniciativas
nacionales. Es decir: en buena medida vive de la guerra, que es decir:
vive de la muerte (de los otros, por supuesto). La industria bélica es
el negocio más redituable y monumental a escala planetaria; por segundo
se gastan 30.000 dólares en ese ámbito. Sólo para graficarlo con un
ejemplo quizá grotesco, pero evidente: hoy por hoy existen sobre la
superficie del globo unos 15.000 misiles intercontinentales con ojivas
nucleares múltiples. Cada uno de ellos representa unas 30 veces el poder
destructivo que cayó en 1945 sobre Hiroshima o Nagasaki. De activarse
todo ese poderío, el planeta colapsaría fragmentándose en miles de
pedazos, provocándose una explosión tan fenomenal que haría que la onda
expansiva concomitante llegue hasta la órbita de Plutón, en los confines
de nuestro sistema solar. Sin dudas, una proeza técnica que ningún otro
animal del planeta podría realizar. Proeza, sin embargo, que no puede
impedir que la principal causa de muerte en el mundo siga siendo el
hambre. ¿Podríamos llamarla “proeza” entonces? Nuestro mundo está basado
en las guerras. ¿Proeza…. o patético?
Es
decir: el oficio de la muerte, de las armas, de la guerra, sigue siendo
lo que impone el ritmo a las relaciones entre los seres humanos, hoy
igual que hace milenios. Dicho de otro modo: la fuerza bruta continúa
presente, refinada, con prodigios técnicos espectaculares. Pero en
definitiva: el que tiene el garrote más grande (hoy habrá que decir el
misil nuclear más grande) gana. Es imposible deducir de eso que tenemos
una constitución “natural” que nos arrastra a la violencia; pero dejando
de lado esa discusión ahora, dado que nos llevaría por caminos muy
alejados de la pregunta original (se pudo hablar, por ejemplo, de una
“pulsión de muerte”), vemos que la guerra sigue estando presente de modo
abrumador: alrededor de 40 frentes de batalla abiertos, todos en el
llamado Tercer Mundo (en el Norte ya se arregló que no volverá a haber
guerras. Se arregló entre los poderosos, claro está, entre los que
deciden cuándo y dónde habrá guerras).
Las
guerras ya no son de soldados contra soldados, cuerpo a cuerpo. Las
tecnologías de vanguardia, siempre en manos de pocos grupos
privilegiados, hacen de las guerras un campo en perpetuo movimiento y
refinamiento, siempre en progreso, donde se dan los avances
científico-técnicos más increíbles. Y en ese marco aparecen las nuevas
guerras, las guerras comunicacionales. Desde 1989, con la publicación
del libro "El rostro cambiante de la guerra: hacia la cuarta
generación",
de William Lind y un grupo de colaboradores del Ejército y la
Infantería de Marina de los Estados Unidos, el perfil de las nuevas
guerras ya quedó “oficialmente” establecido: junto a diversas
modalidades “pesadas” –los misiles nucleares siguen siendo la roca dura,
y apenas un selecto grupo de países los dispone– las guerras llamadas
de “cuarta generación” van cobrando cada vez más protagonismo. Dicho muy
rápidamente, en estas nuevas hipótesis de conflicto que empiezan a
aparecer en la post Guerra Fría, juegan un papel preponderante novedosas
metodologías y tácticas de combate: las guerras de baja intensidad, la
guerra asimétrica, las estrategias contra-insurgentes. Es decir, modos
de llevar adelante los enfrentamientos, ya no entre ejércitos que se
combaten entre sí sino tomando como principal blanco a la población
civil desarmada no combatiente. En esa lógica cobran cada vez más
protagonismo las modernas tecnologías de la información y la
comunicación, que son expresión del nuevo mundo digital que van abriendo
las tecnologías de punta que trae la globalización. Son guerras,
entonces, fundamentalmente mediático-psicológicas. Ahí el objetivo
bélico es la población en su conjunto, que pasivamente recibe mensajes
sin saber que está siendo sometida a una campaña perpetua de
“bombardeo”. Las bombas son destructivas, pero están dadas por las
tecnologías comunicacionales actuales. ¿Por qué “pensamos” que un
musulmán es un “terrorista fundamentalista sediento de sangre”?
¿De dónde sacamos esa idea? ¿Te preguntaste alguna vez cómo es un
submarino por dentro? Hagamos la prueba: pongámonos en un grupo de
civiles que nunca jamás en su vida subió a un submarino y preguntémonos
cómo es este aparato por dentro. Todos, sin dudas, daremos respuestas
más o menos similares: tiene comandos, lucecitas, es cerrado, tiene un
periscopio… Si nunca estuvimos dentro de uno de ellos, ¿de dónde sacamos
la imagen? (que, por supuesto, damos por cierta): ¡de los medios
masivos de comunicación! En síntesis: esos medios, sin que nos
percatemos de ello, nos moldean, deciden buena parte de nuestros
pensamientos, actitudes, creencias, sentimientos. La encuesta Gallup
señaló en un estudio hacia el año 2000 que el 85% de lo que un adulto
“sabe” –en realidad: repite– en términos políticos, lo saca de los
medios masivos de comunicación, fundamentalmente la televisión. Es así
como se moldean las opiniones, los saberes masificados en el orden de
las creencias sociopolíticas: el bombardeo constante a que están
sometidas las “poblaciones civiles no combatientes” termina por crear
patrones, matrices, frases hechas contra las que es muy difícil
oponerse. Así se crearon los climas necesarios para lanzar las guerras
preventivas en las nuevas geoestrategias militares de Washington. La
hollywoodense caída de las Torres Gemelas de Nueva York en el 2001 es un
buen ejemplo de estas ofensivas mediático-psicológicas: es muy difícil,
cuando no imposible, defenderse de estos ataques “mediáticos”. La
totalidad de la población queda sometida a ese bombardeo, y la forma en
que técnicamente están diseñadas las campañas las torna convincentes.
Incluso atractivas, bonitas, subyugantes. En realidad el padre de todo
esto no fue sino el ministro de propaganda nazi, allá por los años 30
del siglo pasado: Joseph Goebbels. Su máxima de “una mentira repetida
mil veces termina por transformarse en una verdad” sigue siendo la
esencia de esta nueva modalidad de guerra sin fusiles.
Respondiendo
entonces puntualmente a tu pregunta: sí, efectivamente así es.
Pareciera que la guerra que tiene el mayor impacto a nivel planetario es
esta fenomenal manipulación mediática, que no es casual ni azarosa,
sino que hace parte de estrategias fríamente calculadas: los
“fundamentalistas islámicos” en el Medio Oriente, o los
“narcotraficantes” en Latinoamérica, como los nuevos demonios que
posibilitan la intervención de tropas salvadoras, no son sino engranajes
de complejas maquinaciones que hacen parte de esa guerra mediática, de
cuarta generación, guerra psicológica contra la que es muy difícil poner
antídotos. Para ejemplo notorio: la hiper descomunal oferta de partidos
de fútbol. ¿Alguien acaso puede quedar por fuera de esa fiebre
futbolera que lo inunda todo, absolutamente todo, que no permite hablar
de otra cosa, que tapona todas las faltas, los problemas y sinsabores de
la vida haciéndonos partícipes obligados de un show planetario? ¿Qué
antídoto oponer a esa marea mediática? La pregunta, no exenta de
angustia para quienes tratamos de tomar distancia y denunciar estas
manipulaciones desde otra propuesta informativa, es ¿qué hacer? ¿Cómo
oponerse a estas fabulosas y bien equipadas fuerzas armadas? ¿Alcanzan
en esta guerra los medios alternativos?
Pregunta:
¿Qué une a un periódico comunitario de una barriada pobre de Mumbay con
un canal televisivo como Catia TVe, de Caracas, cuya consigna es "no
mire televisión: ¡hágala!"?
Marcelo Colussi: Los
une la convicción respecto a que se puede y se debe ofrecer otra cosa
al público. Los une, más allá de las enormes diferencias que pueda haber
en contextos, historias y situaciones concretas, un proyecto
contra-hegemónico, la confianza en que “otro mundo es posible”.
Si algo tienen en común todos estos medios llamados alternativos son
dos cosas básicamente: por un lado, que no están concebidos ni se mueven
desde una lógica mercadológica. Es decir: no los alienta el espíritu
lucrativo como en cualquier empresa comercial. Tienen que sobrevivir,
por supuesto, y para eso pueden apelar –y de hecho así lo hacen– a
mecanismos de mercado, tal como la venta de publicidad por ejemplo. Pero
en su quintaesencia no está la búsqueda de la ganancia económica como
su principio rector, como su fin último. Cumplen, en todo caso, un
cometido social. Representan, tal como lo decía el ya mítico Informe
McBride de la UNESCO de los años 80 del pasado siglo, una forma de “darle voz a los que no tienen voz”.
Por ello mismo, porque no son empresas comerciales puestas a funcionar y
empujadas por la búsqueda del lucro, su objetivo final no es el mismo
de todos los medios del sistema. Es decir: mantenerlo. Por el contrario,
al ser alternativos, contra-hegemónicos, su fin es promover la crítica
del sistema, cuestionarlo, intentar su transformación. Por tanto, su
esencia misma no es ser conservadora.
Ese
es el sentido de una comunicación alternativa dentro del sistema: decir
otra cosa, llevar otro mensaje, mostrar la cara oculta de lo que dicen
los medios funcionales al statu quo.
Dado que la historia la escriben los que ganan, la cuentan según su
proyecto hegemónico de dominación, los medios alternativos buscan contar
la otra historia, la silenciada, la negada.
Pregunta:
Ya en la década del 80 se consideró al lector/oyente/televidente como
receptor pasivo frente a la concentración de los medios masivos de
comunicación. ¿Cómo lo ves en la actualidad?
Marcelo Colussi: Retomando
el Informe McBride que recién mencioné, que significó un parteaguas en
la historia institucional de la UNESCO, sin dudas que la actual
situación monopolizada de los grandes medios masivos de comunicación ya
se veía con toda claridad por aquel entonces. En efecto, esa tendencia
fue lo que motivó la realización misma del Informe, que intentó ser un
freno para ese fenomenal proceso de concentración que ya se vivía hace
30 años atrás, y que siguió adelante con fuerza arrolladora. Por eso
mismo, dado que ese documento significaba una voz crítica contra la
concentración comercial de los medios, una denuncia de esa tendencia
monopólica y, consecuentemente, el peligro que entrañaba para las
grandes masas mundiales una visión única (recordemos aquello de “la
historia la escriben los que ganan”), la aparición del Informe McBride
buscó crear multiplicidad, abrir y romper la concentración. Su nombre ya
lo deja ver: “Un mundo único: voces múltiples”. Fue por eso que el
Informe provocó revuelo en la agencia de Naciones Unidas, a tal punto
que Estados Unidos –y sus acólitos– se fueron dando un portazo,
“ofendidos” porque, según su parecer, se atentaba contra la “libertad de
expresión”, exasperados además porque la propuesta fortalecía al
Movimiento de Países No-Alineados y, según la lectura de Washington, a
la Unión Soviética en definitiva. Seamos claros: el Informe denunciaba
la concentración monopólica y profundamente asimétrica de lo que ya se
avizoraba como un fabuloso mecanismo de control político-cultural. Por
supuesto que en nombre de la sacrosanta, y nunca definida, libertad de
expresión se puede esconder la más rancia ideología de la libre empresa.
Eso, nada más y nada menos, fue lo que hizo la Comisión McBride cuando
investigó la situación de los medios masivos de comunicación y produjo
sus conclusiones: se mostró con evidencia cómo se daba esa tendencia,
convirtiendo a la población mundial en sujeto pasivo y masificado frente
a poderes que ya consolidaban como monumentales.
Lamentablemente
el proceso de concentración siguió adelante, y considerando lo que
decía más arriba: que los grandes poderes globales han hecho de la
comunicación masiva un arma de control planetario (¡guerra de cuarta
generación!, no lo olvidemos), esa concentración llevó la comunicación a
un punto de importancia toral para el mantenimiento del sistema.
Podríamos decir incluso que ya la prensa (o, si se prefiere, los medios
masivos, los mass media,
como suele decírseles) desde hace tiempo no son ya el “cuarto poder”.
Por el contrario, subieron de categoría, y hacen parte indisoluble y
fundamental del entramado de poderes que rigen el mundo. Las grandes
corporaciones de este fabuloso emporio de la “industria comunicacional”
manejan cada vez más, con mayor fuerza y mayor profundidad, la cultura,
la ideología, el pensamiento de la población planetaria. ¿Por qué, si
no, sólo para tomar un ejemplo, ese bombardeo impresionante con partidos
y más partidos y más campeonatos y más ligas y más partidos, dos o tres
por día, de fútbol? Hace 30 años teníamos un partido por semana
televisado; ahora tenemos varios cada día. No es casual, no es algo
meramente circunstancial: los medios globales manejan a la población
global, así de simple… ¡O de patético! Esos emporios concentran todo:
los medios audiovisuales, la llamada industria del entretenimiento, la
distribución mundial de los mensajes, los satélites geoestacionarios que
sirven para el tráfico de esas imágenes, los estereotipos con que nos
bombardean, crean las modas, deciden qué misil nuclear es “legítimo” y
cuál es un “peligro para la humanidad” (los de Irán o los de Corea del
Norte, por ejemplo). Por eso es tan importante, fundamental, primordial
para pensar en una democracia real, tener otros medios, que digan otra
cosa, que puedan abrir una ventana alternativa, que puedan dar otra
opción ante esa guerra comunicacional a la que se nos tiene sometidos.
La cuestión es ¿cómo plantear un mínimo pie de igualdad, o mejor dicho,
cómo plantear cierta simetría cuando las diferencias son tan
monumentales? Podemos tomar ahí el ejemplo que dabas en tu anterior
pregunta: ¿cómo pueden trabajar, ya no digamos en un pie de igualdad,
pero al menos llevando mensajes en forma relativamente proporcionada,
ese periódico comunitario de un barrio pobre o ese canal local de una
barriada de lugares del Tercer Mundo junto a, digamos, la CNN? La
diferencia de poderíos es abismal: ¿de dónde sacan los recursos esos
medios populares? ¿Cómo hacen para sobrevivir y “competir” con monstruos
de dimensión planetaria?
Pregunta:
¿Cómo debieran resolverse los financiamientos a los medios de
comunicación comunitarios y alternativos por parte de instituciones del
Estado?
Marcelo Colussi: Pregunta
complicada… Por supuesto que un Estado ecuánime, equilibrado para
todos, debería apoyar fuertemente a estos medios comunitarios,
alternativos, medios sin mayores o sin ningún recurso. Pero sucede que
los Estados no son ecuánimes. Los Estados supuestamente regulan la vida
del colectivo social sin favorecer a nadie en particular. Aunque sabemos
que eso no es así. “El Estado es el producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase”,
dijo un tal Uliánov allá por 1917 en la Rusia zarista (más conocido
como Lenin). Y eso es así, inexorablemente. Cuando se toca lo medular
del conflicto social, cuando llegamos al conflicto de base, ahí está el
Estado defendiendo a la clase dominante. Hoy por hoy, ya lo dijimos
abundantemente, los medios masivos de comunicación son una parte
fundamental del entramado de los poderes dominantes, por tanto los
Estados no se oponen a ellos. Por el contrario: ¡en buena medida están
manejados por ellos! Manejados, en el sentido que el discurso mediático
crea las matrices de opinión con que se prepara a la opinión pública
para intervenir sobre esos Estados, destruyéndolos o privatizándolos,
por ejemplo. Por tanto, y más aún en nuestros pobres países
latinoamericanos donde los Estados descarnadamente sólo sirven a los
intereses de los grupos dominantes, muy poco o nada pueden esperar los
medios alternativos de las estructuras estatales. En todo caso, pueden
esperar palos, represión. A duras penas mantienen esos espacios de
contrapoder, contra-hegemónicos, por lo que se ve muy difícil que los
Estados de cualquier país no-socialista apoyen abiertamente esas voces
disidentes. Quizá en Cuba, en Venezuela, en Bolivia podemos ver algo
así. En otros contextos, no. Si nos atenemos a la letra de las
recomendaciones del Informe McBride, objetivo y con pretensiones de
ecuánime justamente, los Estados deben apoyar financieramente a estas
instancias alternativas. La realidad, por el contrario, es muy distinta.
No hay que ser demasiado agudo para ver que todo lo que cuestione el
estado general de cosas es mal tolerado, si acaso es tolerado. Y ahí
viene la pregunta básica: ¿cómo hacen estos medios alternativos,
surgidos de colectivos populares, que no se plantean como empresas
lucrativas, cómo hacen para sobrevivir? Simplemente: como puedan. Y eso,
obviamente, es un límite bastante infranqueable. ¿Habrá que decir que
estos medios, como cualquier acto de militancia, están condenados a
hacerse desde la marginalidad, desde la otra acera, desde la barricada?
Quizá sí. No hay otra alternativa. Además, si algún Estado apoya, lo
sabemos por experiencia, pone condiciones. Y esas condiciones son, nada
más y nada menos, que comprar el silencio.
Pregunta: Dame una noticia en versión alternativa y en versión dominante.
Marcelo
Colussi: Esta
pregunta es más linda, permite más creatividad. Permitime empezar con
una metáfora: una botella de un litro de capacidad que tiene medio litro
de contenido, ¿está medio vacía o medio llena? Está… ¡las dos cosas! Es
decir: la realidad no es algo único, dado de una vez e igual para
todos: depende de quién la aprehende, desde el proyecto desde donde la
aprehende. Por tanto, para un borracho estará medio vacía, y para un
abstemio será medio llena. La realidad es eso: la lógica aristotélica
creo que ya nos quedó pequeña; la lógica dialéctica dio un paso al
frente en ese sentido. Las cosas pueden ser y no ser al mismo tiempo.
Aunque aclaremos de entrada algo fundamental: “la” realidad oficial está
concebida siempre desde el discurso hegemónico. Lo cual es decir con
otros términos lo que habíamos adelantado antes: que la historia la
escriben los que ganan. O si queremos expresarlo de otro modo: “la
ideología dominante en un momento determinado es la ideología de la
clase dominante”,
según expresó un judío-alemán hoy bastante demonizado, bastante
olvidado. Denunciar ese discurso dominante, abrirle un cuestionamiento
crítico, desenmascararlo, esa es la esencia, en definitiva, de estos
medios alternativos, no comerciales, antisistema, sea una página
electrónica como Argenpress o Rebelión, de mucha difusión por cierto, o
un diario comunitario, un radio comunal que transmite en algún idioma
local, o un canal de televisión como éste que mencionaste hace un rato,
de un barrio popular de Caracas: decir/denunciar lo que los medios del
sistema no dicen. Todo, absolutamente todo puede conllevar las marcas de
la ideología dominante, hegemónica, o de su versión alternativa,
contra-hegemónica. La verdad se construye según el proyecto que la
alienta: la botella puede ser medio vacía o medio llena según lo que
queramos remarcar. De ese modo, entonces, pero sin caer en tontos y
nihilistas relativismos, puede afirmarse que no hay “la” verdad. Por
tanto, según lo que se quiera decir por un medio masivo, sin dudas
creador de opinión pública, se podrá hablar de “la proeza heroica de los
Aliados que derrotaron a los nazis asesinos”, o de “la barbaridad sin
par del gobierno de Estados Unidos que arrojó armamento nuclear sobre
población civil no combatiente”. Así, según se presente una realidad,
una noticia para decirlo más específicamente, se merecerán los Juicios
de Nürenberg… o la apología como “paladines de la justicia”. En esa
lógica, entonces, los ejemplos se pueden prolongar infinitamente:
“terroristas toman carretera” o “protesta popular en demanda de
mejoras”, “reajuste en el precio de los combustibles” o “tarifazo sin
anestesia”, etc., etc. Y si queremos, también: el “gol ayudado «con la
mano de dios»” o el “gol ilegal que ratifica una cultura mafiosa de la
que nadie se avergüenza”.
Pregunta:
Hay un lenguaje instalado, ¿verdad? Palabras como “errores”, “daños
colaterales”, “el azar”, “no quedó más remedio”, “todo irá mejor
mañana”, “este es el camino”. Y junto a eso, ¿qué te sugiere lo de
“redes sociales”, como Facebook, Twitter etc.?
Marcelo Colussi: Si
decimos que los medios masivos de comunicación son parte fundamental de
la estructura de poder, lo decimos porque sin la menor duda reproducen
ideología, crean opinión pública favorable al sistema, son la argamasa
misma del sistema. Como lo establecía la encuesta Gallup (nada
sospechosa de izquierda, antisistémica o cosa que se le parezca): la
mayor parte de lo que la población “sabe” (repite, mejor dicho) de temas
sociopolíticos, lo condicionan/determinan esos medios. Y son justamente
esas frases hechas, ese lenguaje instalado, como bien decís, lo que va
creando, va moldeando las matrices de opinión. La familia, la iglesia,
la escuela, son los centros donde se reproducen esas matrices
ideológicas. Los medios masivos de comunicación tienen la virtud de
hacer lo mismo pero con un poder de penetración mucho más alto. Nadie
los controla (los Estados, que deberían regir esto si efectivamente
trabajaran en nombre del bien común, no lo hacen), y además, tienen la
ventaja de ser atractivos, fascinantes en muchos casos. ¿Quién puede
resistirse a un mensaje audiovisual cautivante? Somos, en definitiva, no
muy distintos de nuestros parientes en la escala zoológica, los
insectos voladores: las imágenes, las lucecitas de colores nos atrapan.
Cuando se establece ese “lenguaje instalado” es muy difícil cambiar el
curso establecido. Los medios alternativos tienen ante sí ese desafío.
Pero ya vemos lo terriblemente difícil que es.
Desde
hace un tiempo, y tomando tu pregunta puntual, venimos hablando de
“redes sociales”. La sensación que se transmite es que ahí sí,
efectivamente, hay redes. Es decir, hay una interacción entre distintos
individuos, y que todos juntos, cohesionados, organizados incluso,
funcionan como colectivo. Si queremos extremar el análisis, podríamos
decir que esto funciona como el espejismo del nacionalismo: todos los
miembros de un colectivo cantamos el mismo himno nacional, nos cobijamos
bajo un mismo pabellón, supuestamente tenemos los mismos proyectos, por
tanto nos igualamos en una misma idea de nación. Pero, ¿realmente todos
los habitantes de una nación tenemos el mismo proyecto? “Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas”,
cantaba don Atahualpa Yupanqui. El mecanismo en juego es una
manipulación bastante hipnótica: todos gritamos el gol de la misma
selección nacional, por tanto todos somos iguales. Así, a partir de ese
espejismo, funciona esto de las llamadas “redes sociales”. En realidad,
no son ningún elemento organizativo. Pueden ser un instrumento útil, sin
dudas. Pueden ayudar muchísimo para pasar información, y los ejemplos
de la “primavera árabe” recién vivida, con los casos de Túnez o Egipto,
pueden mostrarlo: son una herramienta definitivamente importante. Pero
no reemplazan la movilización real, de carne y hueso, la gente en la
calle. La ilusión, sin dudas artificial y tendenciosamente creada, es
que la comunicación individual que podemos tener en el silencio de la
soledad, reemplazaría a la movilización popular. Creo que no es así. Lo
cierto es que llegó el estandarte de “las redes sociales”, y con eso
pareciera que todo el mundo ahora está conectado. Pero cuidado: las
tecnologías son importantes ayudas, preciosos instrumentos, pero no
reemplazan al ser humano concreto. ¿O habrá que pensar que la robótica y
el sexo virtual terminarán con los humanos corpóreos? Facebook, Twitter
y demás redes pueden ser útiles, pero no organizan nada. ¿O podemos
llamar organización a una persona en solitario que se comunica y
protesta desde su casa? Es discutible, muy discutible. Lo cierto es que,
para redondear tu pregunta, esas frases hechas se imponen con una
fuerza que es muy difícil contrarrestar. Pero ahí está el desafío: ¿cómo
oponemos otro discurso a los poderes hegemónicos? ¿Cómo ofrecemos una
propuesta alternativa a los poderes fácticos? ¿Cómo hacemos, en
definitiva, para que esas alternativas puedan pasar del nivel de la
crítica o la protesta a la construcción de algo nuevo? Y más aún: desde
los medios de comunicación alternativa, ¿cómo podemos hacer todo eso sin
recursos, y muchas veces con el solapado o no tan solapado ataque de
los poderes estatales? Ése es el reto.
Pregunta: Donald
Rumsfeld, jefe del Pentágono, dijo con ocasión de la invasión a Irak:
“Las páginas web y las nuevas redes son sistemas de armas”. ¿Qué te
parece eso?
Marcelo Colussi: Fue
muy claro, ¿no? Esto que mencionábamos hace un rato de la guerra de
cuarta generación no es una fantasía: responde a proyectos
geoestratégicos de dominación global, con perspectivas de largo plazo.
La guerra de cuarta generación, la guerra mediático-psicológica, es un
hecho. Estamos siendo atacados día a día por estas estrategias bélicas
sin que lo sepamos. Y peor aún: esos ataques, esos bombardeos
constantes… ¡hasta nos gustan! Hoy por hoy es atractivo, fascinante,
seductor tener tu cuenta de Facebook o de Twitter. Pero como se ha dicho
insistentemente, ¿dónde va a parar toda esa información? ¿Quién la
utiliza, y para qué? Definitivamente las tecnologías digitales de
vanguardia están en manos de los grandes poderes, y las usan para seguir
manteniendo sus privilegios, por tanto, su dominación. ¿Te imaginás qué
fabuloso el potencial que abre el internet y los teléfonos
inteligentes? ¿Te imaginás todo lo que se podría hacer si eso estuviera
dedicado a fines más creativos, más productivos, con un proyecto de
justicia e igualdad para todos? Pero esa magia tecnológica en muy buena
medida sirve para controlar. Hace unos años atrás el
polaco-estadounidense Zbigniew Brzezinsky, asesor presidencial de James
Carter y uno de los ideólogos más perspicaces de la línea dura de la
Casa Blanca, retomando las enseñanzas de Goebbels a las que nos
referíamos hace un momento, sin ningún tapujo pudo decir que “las
sociedades del futuro serán manejadas con técnicas de manipulación
social por medio de elaboraciones muy sutiles donde personalidades
magnéticas sabrán implementar esos instrumentos de control masivo para
manejar las inteligencias y las pasiones de las grandes masas”.
No cabe la menor duda que todas las tecnologías las usan, antes que
nadie, los poderosos. Esta entrevista probablemente saldrá por alguna
página web que llamamos alternativa. Sin dudas estará hiper monitoreada
por los grandes poderes. ¿Y quién maneja el tráfico cibernético? ¿Quién
dispone de los servidores y los satélites geoestacionarios que permiten
el funcionamiento de estos medios alternativos? Insisto: la guerra
comunicacional, la guerra cibernética, hace años que está librándose. Y
nosotros, como campo popular, como antisistema, como discurso
alternativo, no vamos ganando esa guerra. No quiere decir que no hay que
pelearla. Esa es la historia de la humanidad en definitiva: pero
tenemos que tener claro que en esta guerra que vivimos, los medios
alternativos, los medios pobres con escasos recursos no tenemos más
remedio que hacer como dice la Zamba a Burela: “¿Con qué armas, señor,
lucharemos? ¡Con las que les quitaremos!, dicen que gritó”.
La lucha de clases se expresa en infinidad de terrenos, y la lucha no
terminó (¡la historia no terminó!). El campo comunicacional ¿por qué no
habría de ser también un ámbito más de esa lucha?
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